Desayuno con lucecitas
Hoy he ido a hacerme unos análisis. Algo de rutina. Según cumplimos años nuestros médicos quieren asegurarse más de que todas esas piececitas del interior siguen funcionando pese a que hace tiempo dejaron de estar en garantía.
A mi acabar de hacerme un análisis me retrotrae a esos tiempos en que mi padre me llevaba al hospital y al acabar tirita en brazo me acompañaba a desayunar a la cafetería. Yo siempre pedía un vaso de leche y uno de esos pasteles que en Burgos llamamos obuses llenos de azúcar, mantequilla y oh delicioso colesterol.
El caso es que soy hombre de desayunos contundentes y hoy no iba a hacer una excepción, más cuando luego planeaba ir al gimnasio. Me senté en la cafetería, me tomaron la comanda que trajeron rápidamente y me dispuse a tomármelo con calma.
Enseguida me llamó la atención un hombre, algunos años más que los míos, no muchos tampoco y la barriga de quien es apto para sobrevivir sin mucho más que agua dos o tres meses en una isla sin recursos. El hombre se aferraba con una mano a un bolso que llevaba en la bandolera mientras con la otra golpeaba con ahinco los botones de una tragaperras, parecía llevar ya un rato jugando. Sudaba algo más de lo que parecería ocasionar la temperatura del local y podía ver sus ojos fijos, contraídos diría, sobre las cerezas, campanas...
De vez en cuando la máquina soltaba unas pocas monedas, el hombre entonces miraba a su alrededor momentáneamente relajado para luego agacharse con esfuerzo, coger las monedas y hacerlas dar vueltas en su mano compulsivamente mientras seguía jugando hasta que acababan en las tripas de la máquina con las demás. Un par de veces miró hacia la calle con gesto de preocupación como buscando a alguien pero sin apartarse de la máquina y una el reloj haciendo un ademán de sorpresa. Varias veces sacó un pequeño monedero del bolsillo y extrajo un billete que la máquina aceptó complacientemente.
Cuando me fui continuaba en su puesto, pensé que hoy era día 2 y me pregunté si lo que allí dejaba era su nómina.